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Nueva Orleans: la historia de un territorio reconocido como la cuna del jazz

Resulta tremendamente peligroso idealizar ciertos lugares. Nunca se repite lo mismo dos veces y la desilusión se apodera de ti cuando no reconoces ese “allí” que un día fue tan tuyo. Es por ello, que al lugar donde has sido feliz nunca debieras tratar de volver.

Algo así pasa con Nueva Orleans. Su ambiente hedonista, sus artistas callejeros a cada cual un personaje más peculiar que el anterior, su fusión cultural entremezclándose con las trompetas del jazz y las guitarras eléctricas. En una esquina suena Bon Jovi y justo al lado los Rolling Stones. Desfiles coloridos, vendedores de ofertas al 3×1, bohemios, hippies, residentes o viajeros. Las raíces del blues, del jazz o del rock se encuentran en su asfalto. En sus calles se respira un ambiente de misticismo y alberga en sus esquinas leyendas de cuento, vampiros y fantasmas, magia vudú, una historia marcada por el encuentro de razas y religiones diversas. La música sonando por los recovecos, los sótanos, las plazas y los adoquines, la vida después de la muerte y la ciudad que vio nacer a Louis Amstrong. ¿Qué más se puede pedir?

Nueva Orleans es una ciudad diferente, quizá la más exótica y cosmopolita de los Estados Unidos. Lo es por sus particularidades geográficas, lo es también por su singular historia y por su peculiar hibridación social, aunque, sobre todo, destaca por sus aportaciones al patrimonio cultural occidental que le han proporcionado una luz característica como un lugar alegre, desprejuiciado y de mucha diversión.

Una de sus principales contribuciones ha sido a la música. Nueva Orleans es reconocida como la cuna del jazz, allí se escucharon entre finales del siglo XIX y principios del XX, el Ragtime o el New Orleans Style, ritmos y melodías que impulsaron el nacimiento de una de las manifestaciones culturales más importantes de nuestro tiempo.

Se afirma que “el jazz surgió en Nueva Orleans”, y aunque esta frase tan repetida sea una exageración, lo cierto es que hablamos de la ciudad más importante en el nacimiento de este género. Quizá la vieja Nueva Orleans, era el único sitio donde eso podía ocurrir, porque su carácter portuario y comercial generó una extraordinaria multiculturalidad procedente de todos los rincones del mundo: francesa, española, norteamericana, caribeña, india o africana. También por su clima, propicio para la vida en la calle, provocó la continua interacción entre sus gentes.

En Nueva Orleans se mezclaron autóctonos y forasteros, personas de diferentes clases sociales que convivían entre la riqueza y la extrema pobreza y, especialmente, se relacionaron blancos y negros. A la ciudad fueron llegando inmigrantes italianos, alemanes, ingleses o eslavos negros de origen africano. El variopinto colectivo que se fue constituyendo veía como cada comunidad apreciaba sus raíces y las defendía con pasión, particularmente en el caso de la música.

Así pues, en Nueva Orleans se comenzaron a escuchar canciones populares inglesas, junto a ballet francés, danzas españolas, himnos prusianos y música folclórica de otras muchas partes del mundo. Cantos religiosos llamados spirituals, que se escuchaban en las diferentes iglesias o los temas que acompañaban a los ritos vudús, así como las work songs cantadas por los negros en las plantaciones y los primitivos blues, convirtieron a la vieja Nueva Orleans en una ciudad extravagante e increíblemente musical, en la que se acabaría gestando una nueva forma de expresión totalmente original.

El Ragtime fue el producto destilado de muchas formas musicales previas que tenían en común su peculiar consideración del tiempo. Aunque fuera música cuidadosamente compuesta y pudiera hermanarse con las composiciones para piano clásico, lo cierto es que la concepción rítmica y la intensificación aportada por los músicos negros causaban una impresión que se etiquetó como ragged time (tiempo despedazado). Para algunos puristas, el Ragtime no se debería incluir como música de jazz, ya que originariamente era una melodía compuesta para piano y, por lo tanto, carecía de uno de los rasgos característicos del jazz: la improvisación. 

Nueva Orleans también desentrañó diferentes ritmos que la hicieron única, fue en esta ciudad donde surgió el New Orleans Style. Éste se formó a partir de la combinación de las músicas diversas que se escuchaban en la ciudad, y principalmente en Storyville, el comentado barrio de “mala nota” y prostitución.

Por otro lado, en la zona criolla, los músicos tenían formación, muchos de ellos de conservatorio, y disponían de lugares como el Teatro de la Ópera como referencia. Estaban más instruidos e incluso leían partituras, frente a los afroamericanos que eran más espontáneos y recibían su música por tradición oral. El encuentro entre ambos mundos sería definitivo para la formación del nuevo estilo.

Han sido muchos los músicos que Nueva Orleans ha visto crecer entre sus rincones. Louis Amstrong, Irma Thomas, Sidney Bechet o Aaron Neville son algunos de los más conocidos. También mujeres relevantes, aunque en muchas ocasiones poco valoradas en el mundo del jazz como Ella Fitzgerald, Billie Holiday o Lil Hardin se hicieron un hueco en un género que ya fue clasificado bajo el título que es considerado el primer libro de la historia: Jazzmen, “los hombres del jazz” y que revelaba lo que en silencio se oía a gritos.  Jelly Roll Morton afirmaba sobre la ciudad que: “Brillaban luces de todos los colores, la música que se oía en la calle provenía de todas partes”. 

 Entre los suburbios y el chin chin de los hielos, se tejieron historias. Las teclas de un piano sollozan sobre el solitario escenario de un bar mientras te arropan, te mecen y te acarician con acordes. Hay algo en la mitología del jazz que nos conecta directamente con lugares idílicos y remotos. Ese eterno retorno de sensaciones tiene un claro punto de partida: Nueva Orleans, “la tierra de los sueños” que viajan por el río Mississippi.

 

Artículo: María Vecina / AFPRESS

Fotografías: Kendall Hoopes, EFE y Roberto Iván Cano