Una narrativa que es en sí misma una poética musical
El cuerpo puede ser la memoria de recuerdos y experiencias. El cuerpo puede ser y convertirse en el terreno y el espacio en el que contar algo que valga la pena. Algo que perdure, que marque y que sea recordado por lo que fué. La representación de una historia que cuente el pasado, el presente y el futuro de un momento que formó parte del recuerdo de muchos, o simplemente de algunos.
Las cicatrices de nuestro cuerpo nos remiten a un mundo de circunstancias que nos vinculan directamente con nuestra condición. Y es que, pensándolo bien, todo influye: tu condición de mujer, de homosexual, de negro, de refugiado, de inmigrante, hasta del que es pobre o incluso brillante. La música nos ayuda en todas sus formas a plasmar una realidad en la memoria sociocultural del mundo. El cuerpo como memoria es la autorrepresentación más concreta que podemos utilizar para contar historias, siendo nuestra figura el punto de partida que indique el comienzo de un relato.
Hay músicos muy dotados para extraer las emociones de lo popular, darles sugerente fuerza evocadora y sentimental, y lanzarlos directamente a las manos del público. En la narrativa musical hay hallazgos expresivos de un alto valor universal, que pueden hacer sentir lo mismo a todos los habitantes de la tierra. La narrativa musical es como una narrativa poética. Hay composiciones que equivalen a toda una novela. Canciones llenas de acción y dinamismo emocional, experiencias de un determinado color o impacto social, que acaba resucitando lo olvidado.
Lo cierto es que un artista puede identificarse con tantos prototipos de personas, como estas hay en el mundo. Sino que se lo digan a Joaquin Sabina, que ha pasado de puntillas por tantas vidas y se ha recreado en tantos cuerpos, que incluso señala que: “Si la vida se deja, yo le meto mano. Y, si no aun me excita mi oficio”.
Ha pasado más de 19 días y 500 noches intentando olvidar lo imposible y recurrido a cenicientas de saldo y esquina para saciar su soledad. Durante años, ha vivido visitando aves de paso que en el relicario de sus escotes se fumaron su juventud, hasta que una venus latina le dio la extrema opción. Lo niega todo, incluso la verdad, pues no hay mayor mentira que aquella que nunca pronunció en voz alta. México le atormenta, Buenos Aires le mata y de Madrid al cielo, ha pasado por tantas camas vacías que incluso en el Bulevar de los Sueños rotos ya no recuerdan su nombre. Le dieron las diez, las once, las doce y la una donde habitaba el olvido y mientras se sentía tan joven y tan viejo al mismo tiempo, escribió la canción más hermosa del mundo.
Poeta y cantautor. No sabemos qué vino primero. Capaz de contar una historia reveladora, amarga y tremendamente irónica, Sabina es actualmente uno de los mejores cronistas musicales, capaz de contar en 3 minutos, un relato bien acabado. La muerte cogiendo el transporte urbano de Madrid, el fracaso impregnado en una prenda de vestir o recuerdos con forma de bar de carretera, son algunos de los elementos clave que califican al cantautor andaluz como uno de los poetas más reflexivos.
Bob Dylan, por ejemplo, era un genio en el arte de despertar sentimientos. Cantante y compositor, aunque sobre todo poeta. Considerado una de las grandes figuras de la música contemporánea, su amplia producción musical lo erigió como un referente entre los cantautores. El estadounidense no seguía una perspectiva unidireccional, sino que revelaba un Dylan diferente en cada escucha, en cada lectura. Dylan nunca es uno y cuando crees haberlo atrapado en una identidad, siempre es otro, como en uno de sus poetas de cabecera, Rimbaud: “Je est un autre”.
Sus afluentes musicales bebían del blues, el góspel o el folk, y esa condición de trovador popular le hizo reflejar el talento de un poeta condensado en la figura de un artista. Como los grandes genios que han creado un universo irrepetible, Dylan absorbió infinidad de referencias que pasaban desde los clásicos de la Antigüedad grecolatina hasta los contemporáneos, haciendo paradas en los románticos que alimentan la poesía, pero que no desdeña la prosa y el pensamiento.
“Lo que puedo cantar lo llamo canción. Lo que no puedo cantar, lo llamo poema”, afirmó en numerosas entrevistas. Nominado en varias ocasiones para el premio Nobel de Literatura, recibió el preciado galardón en 2016. Sabina bebió de su arte y señala que el galardón le llegó tarde y que es Dylan quien honra al Premio Nobel, más que viceversa.
Sin quedarnos meramente en la superficie, no podemos dejar fuera a poetas y artistas como Leonard Cohen, Joan Manuel Serrat o Silvio Rodríguez, quienes han aportado tanto a la cultura musical, que incluso algunos son considerados artífices de letras que representan a la mismísima revolución cubana, a la Nova Cançó o a la melancolía más amarga.
Influenciados por grandes poetas universales como Antonio Machado, Miguel Hernández o Lorca, han compuesto letras tan sinceras y cuidadas que bucean en la política, en la sociedad, el amor, la infancia o el paso de tiempo. Correteando por las páginas en blanco, parafraseando por los versos de una primavera tardía y un amor no correspondido, forjaron relatos comprimidos en escasos minutos que fueron desempolvados para descubrir la literatura más pura jamás contada.
La de peluquera de barrio, la del que no llega a fin de mes, la literatura del niño que mira a través de un escaparate y sacude sus bolsillos esperando escuchar un “chascarreo”. La literatura de la tierra, de las raíces, la tradición, la revolución, la de la justicia, la de los domingos de paella, la del vermut a media mañana o la de una noche de lluvia sin paraguas.
Marcando un antes y un después en la cultura popular, músicos, poetas, cantautores o artistas han ofrecido un legado tan rico a nuestra sociedad, que sería un error pensar que la palabra no puede cambiar el mundo.
Artículo: María Vecina / AFPRESS
Fotografías: sonymusic, elindependiente, Ferran Sendra, Getty, juanlh y ARTV
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