El juego de cartas ilicitano es originario de los franceses que invadieron España durante la Guerra de la Independencia en el siglo XIX
Autores como Vicente Ferrer o Ramón LLull condenaron en varias ocasiones los juegos de azar en los que los adultos invertían sus momentos de esparcimiento. Incluso existieron normas legales que prohibían y condenaban su práctica pero, a pesar de la mala fama y de las prohibiciones normativas, además de las condenas morales contra estos juegos de cartas, la realidad era que gozaban de gran popularidad.
En la comarca del Baix Vinalopó eran muy conocidos algunos juegos de cartas como eran el jolivertó o la trenta-una, el subhastat, el julepe, la brisca, el secaió o el set i mig, pero en Elche existía uno que estaba por encima del resto en la práctica: el sarangollo.
Las investigaciones llevadas a cabo por Biel Sansano, un experto investigador de las tradiciones de Elche, apuntan a que el origen de este juego tan arraigado en Elche proviene de los franceses que invadieron España en la llamada “guerra de la Independencia”, conflicto bélico desarrollado entre 1808 y 1814 dentro del contexto de las “Guerras Napoleónicas” que enfrentó a las potencias aliadas de España, Reino Unido y Portugal contra el Primer Imperio francés, cuya pretensión era la de instalar en el trono español al hermano de Napoleón, José Bonaparte.
A mediados del siglo pasado, a pesar de la reciente aparición en España tanto de la radio en primer lugar o posteriormente de la televisión (era común que todo el vecindario se reuniera alrededor de un televisor ya que no todas las familias podían permitirse aquel lujo de primer nivel en la época) siempre estaban llenas las mesas de los bares de hombres jugando a las cartas a la hora del aperitivo, del café o al anochecer. Se componía cada mesa de cuatro o seis individuos, por parejas de dos o de tres, y la mano repartía, a su elección, cuatro, cinco o seis cartas a cada uno de los jugadores. No hay duda. Estaban jugando al sarangollo.
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