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Elige tu ruta… Las maravillas de Alicante siguen hay

Espéranos, Alicante

A estas alturas, las vacaciones junto al mar ya estarían más que planificadas. Sin embargo, aunque este año haya que esperar un pelín más, solo le pedimos a Alicante y sus maravillas que sigan ahí, esperándonos.

El verano llega cuando escuchas el canto de gaviotas invisibles en tu ventana. Cuando rescatas del maletero el flotador de flamenco, donut o alpaca que llevaba un año cogiendo polvo. Al arrancar el coche y sí, ir de tramo en tramo con The Gipsy Kings de fondo rumbo a nuestro particular oasis.

Y Alicante siempre ha sido uno de nuestros favoritos. Desde esa infancia en las playas de Benidorm donde no cabía un alfiler, hasta las calles de colores de Villajoyosa, pasando por la paella (¿o deberíamos decir arroz?) en el chiringuito favorito.

Estampas que se han visto ligeramente pospuestas en un año en el que la crisis sanitaria ha supuesto una mayor incertidumbre pero también, la esperanza de volver a pisar descalzos esa playa y olvidarnos del mundo sobre la hamaca.

Elige tu ruta, descubre nuevos rincones y abre los ojos más que nunca. La cuenta atrás ya ha empezado para volver a descubrir Alicante como si fuese la primera vez.

DE PUEBLOS BLANCOS Y CALAS SECRETAS

Lorenzo Carbonell, alcalde de Alicante en la década de los 30, dijo una vez: “Alicante, más que valenciana, es levantina”. Una frase que se diluye en una zona de Denia, al norte de la provincia, donde los naranjos se confunden con el azul de una costa franqueada por secadores de pulpos.

La brisa marina nos acaricia desde lo alto de un castillo del que aún se vislumbran las sombras de antiguos piratas, y a través de un casco antiguo donde el arroz al senyoret se sirve contundente, con extra de socarrat. ¡Ah! Y con una copita de Marina Alta, por supuesto.

Desde Denia, el descenso al paraíso encuentra en Jávea el orgullo de uno de los mejores paradores de España.

Aunque, si lo prefieres, el Cabo de la Nao también explota en exuberantes alojamientos y una naturaleza descubierta por las calas del Ambolo, la Granadella o el Portixol, un conjunto de casitas de pescadores que bien podría confundirse con cualquier pueblo alejado de Mikonos.

En Calpe, el Peñón de Ifach invita a subir hasta su cima y burlar las gaviotas agresivas que protegen sus huevos.

Solo desde allí, Calpe nos parece un microcosmos más curioso: salinas de flamencos, antiguos baños reales al sol o la herencia arquitectónica de Ricardo Bofill en torno a una Muralla Roja tan hipnótica como cansada de instagrammers.

Toca renovarse, olvidar el objetivo masivo para perderse por otras calles. Por ejemplo, las de Altea, el pueblo que mejor representa el Mediterráneo que soñamos: cafés con galerías de arte en la trastienda, callejuelas angostas de cal y buganvilla, o un mirador desde el que sentirte el rey de la Costa Blanca.

Un lugar que en otra realidad nunca imaginaríamos junto a Benidorm, el Manhattan levantino, el de los rascacielos kistchs ante los que, con tanta sorpresa como nostalgia, levantamos la mirada aquel primer verano.

La provincia de Alicante ebulle aquí más que en ningún otro lugar gracias al conjunto de influencias, de ritmos y contrastes que forman nuevas acuarelas.

Para prueba, basta con continuar hasta Villajoyosa, ese pueblecito cuyo barrio antiguo aún hoy luce los colores de las fachadas que antaño guiaban a los marineros de vuelta a casa. Y allí, en una callejuela inesperada, respira un Levante que huele a azahar y arroz, a ropa tendida mecida por el mar.

LA MILLOR TERRETA DEL MÓN

Entre Villajoyosa y El Campello, dos de las grandes mecas de sol y playa de Alicante, hay que reservar tiempo para perderse en coche y llegar a calas como la del Conill, donde un chiringuito secreto y sus piscinas naturales suponen la mejor recompensa.

Ya en El Campello y San Juan, las playas que los locales ansían durante todo el año ceden también a los foráneos.

Y así, la España estival, tan icónica como nuestra, se funde (o, este año, quizás no tanto) en un mar de pelotas de voleibol, flotadores imposibles y una joie de vivre que nunca pasa de moda.

Sin embargo, para entender una provincia siempre es bueno dejarse caer por su capital. La ciudad de Alicante se ha consolidado durante estos años como una urbe abierta, tanto al mundo como al mar, en forma de barrios festivos, un puerto exclusivo o maravillas culturales opacadas por las mieles del verano.

Una de ellas es el Castillo Santa Barbara, cuya colina dibuja el perfil de un antiguo califa desde la playa El Postiguet.

El mejor punto de partida de una ruta por sus faldas a través del Barrio Santa Cruz, donde sus vecinos miran de reojo a los turistas desde blancas terrazas y talleres de cerámica.

Aunque si lo que quieres son castillos e historia, el río Vinalopó descubre una deliciosa ruta histórica tejida por pueblos como Villena, Elda o Sax, ideales para alejarse del bullicio costero.

Localidades defendidas por castillos y yacimientos a enlazar con el sugerente encanto modernista del Santuario de Santa María Magdalena, en Novelda, y desde allí conducir hasta el mar de palmeras que envuelve Elche.

ALICANTE ERA UNA FIESTA

A menudo, Elche es vista de largo por quienes prefieren perderse en playas como los Arenales o el Carabassí, desde las cuales los aviones despegan del aeropuerto con la misma asiduidad que la de un mundo extasiado que este año se ha permitido una tregua

Sin embargo, Elche no solo ofrece un plantel gastronómico delicioso (su arroz al horno, o “con costra” es un buen ejemplo), sino que es la única ciudad de España que posee tres patrimonios de la Unesco.

El primero, de carácter natural, recae en su famoso Palmeral, el mayor de Europa; el inmaterial que envuelve el Misteri d’Elx, celebración religiosa que cada 15 de agosto estalla en una enorme palmera de pólvora (el concepto lo es todo), o el patrimonio mixto que supone el Centro de Cultura Tradicional-Museo Escolar de Pusol.

El bakalao quizás nunca llegue a ser un patrimonio inmaterial, pero sigue siendo una banda sonora recurrente en el sur de Alicante.

Basta con escuchar los ecos que acompañan cada verano cualquier travesía por la llamada Vega Baja, la misma que dibuja un esbozo de la famosa huerta murciana pero siempre reservando espacio para las mejores playas: las de Santa Pola o las recomendables Montcaio y La Roqueta de Guardamar del Segura, hasta alcanzar las de Torrevieja.,

Aquí, esta meca del clubbing y los lagos rosas contrasta con las cuevas de Rojales, antigua morada de los huertanos convertida hoy en una curiosa rareza artística.

Solo aquí, el mundo nos parece más lento y atemporal: en las callejuelas lucen los banderines de todo el año y los susurros de viejos corsarios se cuelan en casas de colores que algún día se desvincularon del mundo.

Un refugio desde el que tomar perspectiva y digerir las sensaciones de esta provincia como si fuese nuestra primera vez. Como si llevásemos más de un verano esperándola.

Porque como una vez dijo Miguel Hernández, oriundo de la alicantina Orihuela: “Si alguna vez una gota roza este campo, este campo siente el recuerdo del mar. Alguna vez volverá.” Esa vez, es hoy.

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Fuente.: traveler.es