El mapa del tesoro de la Vall de Gallinera
La Vall de Gallinera es el paraíso. Probablemente no es el mismo que habitaron Adán y Eva porque, en lugar de manzanas, hay cerezas. Muchas. En primavera el valle se transforma en un manto blanco, cuando florecen los cerezos, y más tarde rojo, cuando aparece la fruta. Y son muy dulces. Como sus habitantes, como este territorio mágico que parece querer esconderse del resto del mundo. Además de un valle, es uno de los municipios más singulares del territorio de la Comunitat Valenciana. Delimitado por las abruptas sierras del Almirante, la Albureca y la Foradada, está formado por ocho núcleos urbanos de población bañados por el bonito río Gallinera. Se trata de ocho aldeas encerradas en un valle alargado y simétrico, ocho núcleos cuya población total no supera los 700 habitantes. Muchas de estas familias proceden en su origen de una repoblación con habitantes de la isla de Mallorca que data del siglo XVII, tras la expulsión de los moriscos.
Existe un camino que permite descubrir los encantos de este tesoro escondido. La Ruta de los Ocho Pueblos empieza en la fuente de la Mata de Benirrama y acaba por la fuente de la Mata de Benisili. Entre estas dos poblaciones transcurre un camino en el que el visitante encuentra Benialí, Benissivà, Benitaia, La Carrotxa, Alpatró y Llombai, algunas de ellas ya deshabitadas. Se trata de cerca de 16 kilómetros de sendas y caminos, «una ruta a pie para descubrir el encanto de sus ocho núcleos urbanos, su belleza incomparable, sus fuentes y despoblados moriscos así como las antiguas eras que se utilizaban para la separación del trigo, sus lavaderos e iglesias, pero, sobre todo, una oportunidad única para conocer a sus gentes», describe Toni Pardo, alcalde de La Vall de Gallinera.Un paseo que sabe a bosque mediterráneo.
El valle es un verdadero jardín botánico gracias al alto nivel de precipitaciones que se registra anualmente y a los diversos microclimas que conviven en la zona. De hecho, se trata de uno de los territorios con mayor biodiversidad de la Comunitat Valenciana. Los encinares, pinares, arbustos y la vegetación rupícola conviven con una fauna diversa. Sobre las crestas del valle todavía se puede ver águilas reales planeando en busca de presas despistadas entre los campos de cerezos, olivos, almendros y naranjos.
Historias de amor y cerezas
Según el alcalde de La Vall de Gallinera, muchos visitantes llegaron por casualidad: «Y de esa casualidad nacen verdaderas historias de amor. Familias que decidieron instalarse en alguno de los ocho pueblos que lo conforman o que regresan asiduamente atraídos por la belleza de sus parajes, sus estrechas calles y la paz que se respira».La comarca alicantina de la Marina Alta guarda este valle secreto como una joya alejada del urbanismo salvaje de sus vecinos de la costa. La Vall, como la llaman los autóctonos, conserva intacta la estructura de sus núcleos urbanos desde hace siglos, sin urbanizaciones ni edificios de altura. Por eso es un paraíso, pero aquí el fruto prohibido es la cereza.
En la Vall esta fruta es un verdadero símbolo, no solo por la importancia que supone para la economía de la zona, que cuenta su Indicación Geográfica Protegida Cerezas de la Montaña de Alicante, sino también por el espectáculo natural de los cerezos en la temporada de floración.A principios de junio se celebra la recolección de la cereza con la Festa de la Cirera. Entonces el valle bulle de gente. «Son días de fiesta para todos y, aunque todavía queda fruta en algunos árboles, ya prácticamente podemos decir que ha acabado la temporada.
Esos días vienen muchísimos visitantes a llevarse las últimas cerezas, a comer en los restaurantes y a disfrutar del buen tiempo. Se organiza un mercado, hay música, campeonato de lanzamiento de huesos de cereza y muy buen ambiente», explica Pardo. «Para quienes vivimos aquí es un mes frenético, de mucho trabajo, la cereza es una fruta delicada que requiere mucho mimo y una recolección rápida. Y además es una fuente de ingresos importante para muchas familias», afirma. Un rincón tranquilo La Vall de Gallinera es un municipio tranquilo. Los visitantes disfrutan de sus montañas, de sus fuentes y embalses, de sus sendas tradicionales y el entramado de sus campos delimitados por márgenes de piedra seca.
«Los ocho pueblos que conforman el valle se funden con el paisaje y son el resultado de las huellas que moriscos y mallorquines dejaron a su paso», señala Pardo, que destaca que este año se ha recuperado una parte indispensable y muy valiosa del patrimonio, las antiguas fuentes. Muchas de ellas estaban prácticamente perdidas entre la maleza y, gracias a la memoria popular, se han descubierto y destapado. Desde hace algunos años han proliferado las casas rurales y los restaurantes. Ya son muchos los que conocen el mapa del tesoro y el número de visitantes aumenta cada año.
La gastronomía es otro estandarte. Potente, de interior y de cuchara: ‘putxero’, ‘blat picat’, carne de jabalí, ‘mintxos’, arroz al horno, etcétera. «Una delicia para los amantes de la buena mesa», señala el primer edil de la Vall.«Vivir aquí tiene, como en cualquier parte, sus ventajas y sus inconvenientes. Nuestros hijos crecen en un entorno privilegiado. Contamos con una escuela que es el presente y el futuro del valle, aunque el despoblamiento continua pesando. Esperemos que el futuro nos traiga gratas sorpresas», resalta Pardo, quien asegura: «Venir aquí engancha».
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Fuentes.: Las Provincias
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